La conversación tiene un poder que no comprendemos del todo. Cuando se pretende, ensayamos cómo abordar temas difíciles, cómo tratar temas delicados. Organizamos el momento y el lugar, nos preparamos para los posibles caminos que nos puede llevar la conversación. Pero pocos de nosotros estamos abiertos a lo inesperado.
Conversaciones durante el té de la tarde
Alline M. M. Serpa
Hace tiempo que subí esa colina por primera vez. Era el Día de la Madre, en mayo de 1992, y acompañaba a mis padres en lo que parecía ser una salida dominical diferente. Varios taxis siguieron la carretera entre Río y Petrópolis y, en el hermoso lugar verde y florido, todos se estacionaron uno al lado del otro y las familias salieron a saludarse.
A los 13 años, me encontré rodeada de adultos y ancianos, todos muy felices y activos, charlando, trabajando y hablando en reuniones generales. Siempre muy atenta, mantenía los oídos y los ojos abiertos a lo que ocurría. En contra de mi naturaleza, me quedé en silencio y observando todo.
El encuentro de taxistas en el Sítio São Luiz fue el momento en el que tomamos contacto con la idea de una transformación del mundo que empieza por la transformación de uno mismo. Una idea revolucionaria para mí en aquel momento, cuando empezaba a comprender los retos de la sociedad y lo que se esperaba de cada uno de nosotros. El punto álgido, en las siguientes reuniones, fue percibir un potente sentido de humildad en las palabras de mujeres y hombres que no compartían su orgullo personal o sus logros, sino que compartían sus dificultades, algunas de ellas muy dolorosas y aún en pleno proceso.
La escena en sí misma ya es cautivadora y provocaría algunas reflexiones. Pero esto sólo pudo profundizarse con una transición. Salir de una plataforma colectiva, amplia, en la que muchos hablaban de temas personales y profesionales, a la intimidad de la vida privada: un proceso que sólo puede desarrollarse con tiempo, disponibilidad, afecto y coraje. Mirando un poco hacia atrás, me doy cuenta de que mi vinculación con la idea de la transformación personal sólo habría tenido éxito gracias al afecto y la paciencia de amigos como Evelyn y Puig, que nunca se propusieron darme lecciones, sino sólo recibirnos para conversar durante el té de la tarde.
La conversación tiene un poder que no comprendemos del todo. Cuando se pretende, ensayamos cómo abordar temas difíciles, cómo tratar temas delicados. Organizamos el momento y el lugar, nos preparamos para los posibles caminos que nos puede llevar la conversación. Pero pocos de nosotros estamos abiertos a lo inesperado.
Las conversaciones en torno a la mesa redonda de madera eran siempre alegres. A veces tenían una finalidad concreta: profundizar en un tema importante iniciado otro día, hacer comentarios sobre hechos anteriores, preocupaciones o acontecimientos divertidos, etc. A veces era simplemente la oportunidad de compartir algo personal, íntimo, posiblemente difícil. Las tardes con los Puig se convirtieron en noches. Con mi madre, paseábamos por las calles del barrio, ya que vivíamos cerca de ellos, hablando de los temas en la mesa del té. Y así fue: hubo mucha fuerza en las conversaciones que siempre fueron ligeras, con humor y a la vez importantes, dejándonos pensando durante unos días. Sin embargo, Evelyn y Puig siempre nos llamaban para ver cómo estábamos y contarnos alguna otra noticia.
Luis Puig estaba especialmente cerca de mí. Conocía mis potencialidades y las alimentaba, le encantaba la posibilidad de trabajar juntos pensando en formas y medios para ampliar el alcance de este movimiento sin olvidar nunca el elemento fundamental: el contacto de corazón a corazón. También conocía mis defectos, no los señalaba, pero me desafiaba con preguntas que me llevarían a superarlos. También entendía mis secretos, mis preguntas, y siempre estaba preparado para los momentos en que yo me dejaba abrir. Algunas fueron las conversaciones más importantes que tuve en mi vida, ya que no eran sólo conversaciones sobre mí y mi vida, sino que compartían temas igualmente delicados y no siempre superados.
Esto ocurrió al final de mi adolescencia y al principio de mi vida adulta. Construyó en mí una conciencia que nunca olvidaré, al contrario, me acompaña y se consolida en los retos actuales, 30 años después. Y me hace pensar que es en la amistad sincera -que sólo es posible por la conjunción del azar y la voluntad- donde se construye el espíritu esencial de todo un movimiento. Es cierto que no siempre será posible hacer amistades profundas para constituir una gran comunidad, como lo es Rearme Moral - Iniciativas de Cambio-, pero quizás esté hecha de hilos tejidos a veces por amistades profundas, a veces por afecto y respeto, a veces por al menos un compromiso común por una idea mayor que queremos que siga existiendo.
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