Hoy en día se habla mucho en la televisión, en la radio, en los teléfonos celulares, en el chat de Internet. ¿Nos tomamos tiempo para escuchar, incluso para pensar?
A veces comentamos "te escucho", pero ¿escucho lo que hay detrás de las palabras: el dolor o la alegría, el miedo o la esperanza, la desesperación o el grito de ayuda? Cuántas veces los que participan en comunidades escuchan la queja de "no escuchan".
En este mundo tan ajetreado, ¿nos tomamos el tiempo y la atención necesarios para escuchar al otro? ¿Nos tomamos tiempo para escuchar lo que hay en lo más profundo de nuestros corazones, para asegurarnos de que estamos en el camino correcto y no nos precipitamos en la dirección equivocada?
Uno de los mayores regalos que me hizo mi madre, cuando tenía 12 años, fue enseñarme a escuchar en silencio esa voz interior antes de empezar el día. Yo lo veo como dedicar tiempo a buscar el propósito y el plan de Dios para mi vida y en mi trato con los demás. Otros podrían expresarlo de manera diferente.
Empecé con 10 minutos a primera hora de la mañana. Ahora veo que necesito una hora. Es un tiempo para ver dónde tengo que cambiar y arreglar las cosas, y también para buscar ideas sobre mi trato y mis relaciones con los demás, sobre las prioridades en casa, sobre el trabajo en el mundo.
Uno de mis mentores, hace más de 20 años, fue Director General del Ayuntamiento de Liverpool durante 13 años, especialmente marcados por la crisis. Había iniciado la práctica de empezar el día con un tiempo de silencio cuando era estudiante y me dijo que eso le había llevado, como joven abogado, a Liverpool en lugar de aceptar un trabajo cómodo en un entorno más rural.
Durante sus años como director ejecutivo, cuando parecía que la situación en la ciudad le iba a "estallar en la cara", llevaba todos sus miedos y temores a esos momentos diarios de silencio, se desprendía de ellos y rezaba. A veces se le ocurría una idea, actuaba sobre ella y la crisis se evitaba. Decía que también le sensibilizaba a las ideas inesperadas que podían surgir en medio de un día ajetreado.
En una ocasión, estaba sentado en su despacho escribiendo una carta a otro departamento de la ciudad. Se le ocurrió que debía entregar la carta él mismo en mano, algo que no suele hacer un Director General. Al acercarse a la otra oficina, se encontró con un miembro del gobierno de Londres, que no sabía que estaba en la ciudad. Mantuvieron una conversación privada en el pasillo, lo que evitó una crisis que podría haber tenido consecuencias desastrosas en la ciudad.
Durante varios años he participado en la lucha, a veces muy conflictiva, por la igualdad racial en Liverpool. Una mañana, cuando las cosas eran especialmente difíciles, se me ocurrió: "Si encuentras a alguien difícil, abre más tu corazón y camina hacia él". Me ha sorprendido cómo este enfoque me ha permitido establecer relaciones de confianza y compañerismo en situaciones que nunca habría esperado. A menudo me ha ayudado a ver que soy yo quien necesita cambiar primero.
En un momento en el que estaba reflexionando sobre algunas dificultades que teníamos un colega y yo, me di cuenta de que lo que había visto como mi apoyo a este colega era en realidad "control", al igual que mi afán de comunicación entre nosotros. Puede que reconozcas el tipo de actitud a la que me refiero: 'Se supone que está trabajando conmigo, así que ¿por qué no lo hace...'? Este sutil control provoca frustraciones, falta de entendimiento y malentendidos por ambas partes.
Desde entonces, hemos ido avanzando hacia una relación en la que ponemos todas las cartas sobre la mesa sin exigirlas, y con un nivel de transparencia que es arriesgado en el sentido de que revela lo difícil que soy. Sin embargo, cuando busco lo mejor para los dos en lugar de lo que me conviene, esto sienta una base sólida para la comunidad.
En medio de la presión, el dolor y la perplejidad del mundo actual, la práctica tan descuidada de escuchar -tanto al otro como a la voz interior- es crucial.
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