Dora Milt, que falleció el 25 de agosto, a sus 80 años, tras una larga enfermedad. Dorli, como a la gente le gustaba llamarla, estaba lista para partir: había preparado su servicio fúnebre, sus direcciones estaban en orden, había escrito algunas notas sobre su vida que el joven pastor alemán de la parroquia podría utilizar.
En 1946, Dorli dejó su trabajo y su apartamento y se unió a un gran grupo de hombres y mujeres suizos que querían trabajar por un rearme moral y espiritual en Europa. Este trabajo, centrado en la realidad, correspondía a su entendimiento entre cristianos y musulmanes.
Cuando llegó a los setenta años, Dorli sintió que, tras años de viajes, necesitaba encontrar un lugar donde quedarse. Esto no fue fácil. Después de muchas dudas, un viejo amigo del colegio le ofreció un pequeño y encantador apartamento en su edificio. Dorli se sintió cómoda allí; se reunió con sus viejos y nuevos amigos y vivió allí sus últimos años con bastante tranquilidad, con una asombrosa libertad interior.
Dorli era deportista y, en particular, una apasionada del esquí, pero no era sentimental; odiaba presumir, pero sobresalía en la correspondencia: ¿a cuántos amigos, cercanos o lejanos, les alegraron sus cartas, escritas con su bella y regular letra? Siempre la recordaremos con gratitud.