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Lecciones en un mundo de injusticia

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Puede que ya sea hora de que Europa repare el daño que hemos causado a otros continentes

Este sitio web ofrece el color y la dureza de la vida en Brasil, e historias de profundos cambios en las personas y la sociedad. El largometraje Hombres de Brasil cuenta la historia de los trabajadores portuarios de Río de Janeiro en la década de 1950. En New World News vol.28 1980 conocerás a Luiz y Edir Pereira, de una comunidad de ‘favelas’. En mis veinte años tuve el privilegio de trabajar con ellos y otros para Iniciativas de Cambio en Brasil. Las percepciones y experiencias de entonces, y su relevancia, se han ido aclarando con el paso de los años.

El ardiente sol de la tarde enrojecía mi pálida piel noruega. Chozas de madera y casas de ladrillo se alzaban en la ladera de una colina. Coloridas bajo el sol, pero amenazadas por los deslizamientos de tierra en caso de lluvias torrenciales. Aunque eran construcciones precarias, eran los hogares de la gente. En la hermosa ciudad de Río de Janeiro y sus alrededores, la gente vivía en barrios carentes, ‘favela’, en chozas construidas ilegalmente en colinas empinadas o sobre pilotes en terrenos pantanosos húmedos, o incluso bajo pasos elevados. Despreciados a menudo por los más acomodados, sus habitantes contribuían al funcionamiento de la sociedad con su duro trabajo y sus habilidades como carpinteros, electricistas, albañiles, enfermeras, limpiadoras y taxistas. Esta era la realidad cuando llegué a Brasil a principios de la década de 1970, y sigue siéndolo. Hoy se les llama más a menudo comunidades, y el número de personas que viven en ellas ha aumentado. También lo ha hecho el tráfico de drogas, lo que dificulta que las asociaciones comunitarias elijan a sus líderes en elecciones justas.

Seguí a Luiz Pereira por las empinadas escaleras y entré entre las casas, demasiado cerca como para permitir intimidad. Sonrisas cálidas, risas y miradas curiosas nos dieron la bienvenida. Luiz hizo innumerables paradas para hablar con la gente. Ese era su mundo. Había llegado allí de joven con su mujer Edir -desde Fortaleza-, en el noreste de Brasil. Habían criado a cinco hijos en este entorno. Se convirtió en el líder de su comunidad, de 3.000 personas, que vivía en la colina "Morro de São João / Cerro de San Juan". Más tarde también fue elegido para dirigir un consejo de favelas locales que representaba a casi 50.000 personas.

Un líder de la favela se le acercó con la idea de que el cambio en la sociedad empieza en nuestras propias vidas y escuchando la voz de Dios en nuestros corazones. Luiz se resistió. Fueron necesarias largas discusiones para convencerle. Sin embargo, como resultado su liderazgo se hizo más inclusivo y democrático, y consiguió superar enemistades y divisiones en su propia comunidad. Pasó a formar parte de un equipo de líderes comunitarios cuyo mensaje a las autoridades estatales era: No somos un millón de problemas en las favelas, sino dos millones de manos dispuestas a resolver los problemas. Estos líderes comunitarios se ganaron el respeto y la confianza de las autoridades de vivienda y contribuyeron a elaborar planes que proporcionaban mejores viviendas a las favelas.

Tras muchos esfuerzos, Luiz consiguió casas de bloques para todos en su propia comunidad, en una colina cerca de donde estaban sus viejas casas. Su mujer estaba encantada de tener agua corriente en casa. Se acabaron los días en que había que subir pesados baldes desde la llave/canilla comunitaria hasta el cerro.

Noté el entusiasmo de Luiz en los intercambios con la gente aquella tarde y en otras innumerables visitas. Era contagioso. Podría haber estado en casa disfrutando de la comodidad de su propia casa. Sin embargo, una pasión y un profundo deseo de apoyar y ayudar a los necesitados le motivaban y le hacían seguir acercándose a los líderes comunitarios y a otras personas de las favelas.

Fue este impulso y compromiso lo que me llegó. Las acaloradas discusiones sobre revoluciones violentas y sobre cómo conseguir justicia en América Latina habían ocupado mi tiempo y mi mente en la escuela. Aquí estaba cerca de personas marginadas que habían empezado a descubrir su propia dignidad humana. Miraban lo que ellos mismos podían hacer para cambiar sus vidas y su entorno en lugar de hundirse en la ira y la desesperación. Encendieron una llama de esperanza en mi corazón, que sigue viva casi cincuenta años después.

Sin embargo, un incidente con otro amigo, Antonio Rodrigues, suscitó una pregunta incómoda que también me acompaña desde entonces. Él y yo íbamos de camino a encontrarnos con unos vendedores ambulantes en la ciudad de Nova Iguaçu, cerca de Río de Janeiro. Yo conducía y nos metimos en un atasco difícil. Antonio sugirió una cosa, pero yo era el conductor y sentí que tenía que tomar una decisión rápida, y así lo hice. Inmediatamente recibí un torrente de palabras airadas sobre que Europa había explotado a Brasil y «aún hoy nos dicen lo que tenemos que hacer en nuestro propio país». ¡Me enfadé! ¿Cómo podía un simple desacuerdo sobre qué giro tomar en el complicado tráfico brasileño desatar semejante tormenta, instigando cuestiones fundamentales de justicia? Y yo, un joven noruego bienintencionado, me había convertido de repente en representante del opresor, Europa.

Antonio había sufrido mucho en su vida y estaba a punto de quedarse parcialmente ciego al final de la treintena. Tuve la tentación de descartar el incidente como resultado de su trauma personal. Pero sabía que había algo más. Hablamos abiertamente y unos meses más tarde estuve con él en su ciudad natal, Salvador de Bahía, donde cerca del 70% de la población es negra o de color. Me llevó a la plaza donde se vendían y compraban esclavos. Los viejos adoquines eran los mismos sobre los que los esclavos habían estado encadenados. El propio Antonio era descendiente de esclavos. La brutalidad y la injusticia de ayer estuvieron tan cerca.

Luiz Pereira y otros amigos brasileños me mostraron que en medio de la pobreza y la desesperación la gente puede descubrir la dignidad y la esperanza. Pero, ¿y la puerta que me abrió Antonio?

Los países europeos participaron activamente en la trata de esclavos y explotaron Brasil durante siglos, y la explotación aún continúa con otros medios. Además, las élites ricas y poderosas del propio Brasil han marginado a millones de su propio pueblo. Está claro que hay asuntos pendientes antes de que la gente pueda experimentar la dignidad y la justicia.

En Estados Unidos, el brutal asesinato del negro George Floyd a manos de un policía blanco en 2020 provocó grandes conmociones, así como manifestaciones en todo el mundo. También hizo que muchas personas reflexionaran más profundamente sobre el legado de la esclavitud. Entre ellos, la conocida reportera y presentadora de noticias de la BBC, Laura Trevelyan. Ella y otros miembros de su familia investigaron de dónde procedía la riqueza de su familia y descubrieron que sus antepasados habían tenido 1.000 esclavos y una plantación en la isla de Granada. Hizo un documental para la BBC en el que conoció a algunas de las personas cuyos antepasados fueron esclavizados por los de su familia. Ella y seis miembros de su familia viajaron a Granada para pedir perdón en persona y, como primer paso de la justicia reparadora, donar dinero que se invertirá en educación. El gobierno holandés también se ha disculpado por el papel de su país en la trata de esclavos y ha creado un fondo para ayudar a hacer frente al legado de la esclavitud.

En el corazón de Iniciativas de Cambio está la idea de que el cambio comienza con la toma de conciencia de nuestros propios pecados, el arrepentimiento, las disculpas y el perdón, y la restitución por los males cometidos.

Europa ha intentado a menudo ayudar a resolver problemas y conflictos en otros continentes. Puede que ya sea hora de que Europa repare el daño que nosotros mismos hemos causado en esos continentes mediante la explotación de los recursos y la humillación y opresión de las personas. Puede que Laura Trevelyan y otros nos hayan mostrado el camino.

La historia completa de Luiz Pereira y otros líderes comunitarios se encuentra en el capítulo "People Power in Rio's favelas" del libro de Mary Lean Bread, Bricks, Belief: Communities in Charge of Their Future (publicado en 1995 por Kumarian Press).

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